miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 20.-Un campeón es capaz de dar su vida por amor

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Mi habitación no estaba en la misma zona del hospital que la de Riky.

Una enfermera llegó para ponerme el suero. Le dije:

- Quiero hablar con mi hermanito antes de entrar al quirófano.

- ¿Para qué?

- Para darle ánimo. Necesito decirle que me siento muy feliz de ser el donador.

- Veré si puedo conseguir un permiso para que lo visites.

- Gracias.

A las pocas horas, la enfermera llegó de nuevo.

- No debes quitarte el suero, Felipe, así que necesitarás caminar despacio hasta el cuarto de Riky. Yo te ayudaré.

Me puse de pie con rapidez.

- ¡cuidado!

Anduve por el corredor a grandes pasos. La asistente iba detrás de mí, cargando la botella de suero. Tomamos un elevador y llegamos al piso de enfermos graves.

Mis padres estaban en la sala de espera. Los saludé, pero no me detuve a conversar con ellos. Entré a la habitación de Riky. Mi entusiasmo se convirtió en una mezcla de asombro y tristeza. Un chico inmóvil con la piel marchita y el cabello ralo, se hallaba acurrucado bajo la sábana.

- El... él... es: ¿mi hermano?

- Sí.

- ¿Qué le ha pasado?

Los medicamentos son demasiado fuertes. Lo dejan sin defensas.

- ¿Está dormido?

- Puede ser... ¿por qué no le hablas?

Caminé muy despacio. Se me hizo un nudo en la garganta y mis manos temblaron.

- Riky, ¿me oyes?

Le acaricié la mejilla y entonces sonrió un poco.

- Ya pinté el primer piso de la casa –le dije-. Te va a gustar.

Permaneció en silencio. Seguí hablando:

- También aparté mis juguetes que te gustan, para regalártelos. Los puse sobre tu cama.

Nada de eso parecía contentarlo. Comentó:

- Me siento muy mal...

- Pero te vas a mejorar, hermanito. ¿Qué crees? Mañana van a ponerte una sustancia que sacarán de mi cuerpo. Eso te ayudará.

- Sí –confirmó-. Tu médula ósea. Ya me lo explicaron, - hizo una pausa y preguntó-. ¿No te va a pasar nada a ti, verdad?

- No. Tranquilízate y descansa. Los dos vamos a estar muy bien.

Cerró los ojos. Tuve una sensación extraña.

Regresé a mi habitación. Le pedí ayuda a la enfermera para sacar del clóset mi maleta. Adentro traía la caja de IVI. Cuando me quedé solo, extraje una tarjeta. Esta vez el escrito no contenía un mensaje claro de superación. Relataba una historia. La leí.

A principios del siglo XX fue pintado un cuadro con dos manos unidas en forma de oración. La imagen revela un profundo misticismo que ha inspirado a miles de personas en el mundo.

Dice la leyenda del cuadro que dos hermanos huérfanos deseaban ser pintores, pero no tenían dinero y la única fuente de ingresos en el pueblo era la vieja mina. Ambos echaron a la suerte cual de los dos trabajaría como obrero y cual iría a la academia de pintura. Perdió el mayor.

Pasaron cinco años. Al fin el menor se graduó como pintor. El día de la fiesta, le entregó a su hermano el diploma y le dijo:

- Gracias por el sacrificio que hiciste por mí, ahora es tu turno de estudiar pintura; venderé mis cuadros y pagaré tus estudios.

El hermano mayor renunció a la mina y fue a la academia, pero en cuanto tomó el pincel vio que su mano temblaba.

El profesor le dijo:

- Lo siento, usted jamás podrá ser pintor; ha trabajado demasiado tiempo en la humedad y ha adquirido una enfermedad reumática.

Se fue a su casa. Estaba alegre de haber podido ayudar, pero se sentía triste porque no iba a lograr sus sueños jamás. Juntó sus manos y se puso a dar gracias a Dios. El hermano menor llegó a verlo, le dijo:

- Ya me enteré de la mala noticia; jamás podrás ser pintor, ¡cómo lo siento!, dime ¿qué puedo hacer por ti?

El mayor contestó:

- Pinta mis manos mientras estoy orando... y, cuando veas el cuadro, recuerda que estas manos se deshicieron para que tú te hicieras...

Me quedé observando la tarjeta sin comprender el mensaje.

A los pocos minutos llegaron mis padres. Les mostré el texto y les pregunté qué enseñanza encontraban en él.

- ¿De donde lo sacaste? –cuestionó mi papá.

- Una amiga me lo obsequió.

- Es curioso... – dijo pensativo-. Escuché esa historia hace muchos años... y me ayudó a comprender a mi padre. El era un hombre enfermo de los nervios, arrugado y encorvado; trabajaba incansablemente... Yo me enojaba porque casi no jugaba conmigo, pero cuando supe la historia del cuadro de las manos orantes, entendí que él se estaba “deshaciendo” para que yo “me hiciera”. Entonces lo amé y lo respeté...

- O sea... –quise opinar y me quedé pensativo.

- O sea –completó papá-, que hay dos tipos de personas importantes en el mundo: las que apoyan y las que sobresalen. Las primeras no siempre logran dinero o fama, pero son las más valiosas... Por ejemplo, ¿conoces a alguna anciana que dio la vida para ayudar a sus hijos?

- Sí.

- Pues gente como ellas son manos orantes, que voluntariamente se han “deshecho” para que otros se realicen... Ese es el mensaje del relato. De los dos hermanos, aunque el pintor haya logrado popularidad, el obrero será siempre el personaje más extraordinario...

Me quedé en silencio. Al comprender la propuesta sentí temor... ¿Significaba acaso que yo debía consumirme para que mi hermano se levantará?

Dormí muy mal esa noche. Me la pasé tomando decisiones drásticas, entre sueños.

A la mañana siguiente, el procedimiento de transplante se inició muy temprano.

Me llevaron al quirófano en ayunas y el médico me explicó lo que iba a suceder:

- Te pondremos anestesia de bloqueo. Se te dormirá la mitad de tu cuerpo. Después, mediante una aguja especial que perfora los huesos, sacaremos de tu cadera la médula ósea para traspasársela a tu hermano. ¿Estás listo? Dije que sí.

Comenzaron. Me coloqué de costado como me lo pidió el anestesista. Sentí un piquete en la espalda y de inmediato el cerebro comenzó a hormiguearme. Me invadió un fuerte, casi insoportable dolor de cabeza. Comencé a gritar.

Los médicos se movieron con rapidez alrededor de mí.

Se suponía que no debía sentir nada, excepto el adormecimiento de mis piernas.

- ¡Está cayendo en shock! –gritaban-. Es por la anestesia.

Mi cabeza, aún estallando, tenía pensamientos muy claros: “Tal vez no comprendí bien lo que iba a pasar. Tal vez esto es normal. Si la médula ósea fabrica sangre, al sacarla del donador, se produce la muerte. Entonces estoy a punto de morir. No quiero morir, no ahora que he aprendido a elegir a mis amigos, a definirme pronto, a analizar y observar, a pedir ayuda a tiempo, a tener equilibrio, pero... si es la única forma de salvar a mi hermano...”

- ¡Auxilio! –grité-. ¡Me revienta la cabeza!.

Un adormecimiento general me invadió, fui perdiendo el sentido. Era el fin. Seguí hablando con más calma. Los médicos me contestaban.

De pronto me di cuenta que me hallaba en otro lugar.

Una luz intensa me lastimaba los ojos.

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